10/1/09

Comentari d'Estambularia al blog del Sr. Boix

Quan encara Brossa era viu.

El País. Sospechosos habituales
El paseante
Ramón de España


Alargar la adolescencia hasta el infinito es algo a lo que algunos, entre el desprecio de la sociedad que nos alberga, nos dedicamos con ahínco. en ocasiones, ¿para qué negarlo ?, las perpetuas acusaciones de inmadurez con que nos abruman nuestros contemporáneos nos llevan a pensar si no habrá llegado el momento de casarse, tener hijos y comprar una masía ruinosa en el Empordà en la que enterrar el dinero que no tenemos. en esos momentos urge tener un faro al que volver la vista, un modelo humano de conducta que nos ayude a recuperar la autoestima.

Yo he encontrado mi faro y mi modelo en Joan Brossa, ese desocupado permanente que no para de trabajar y que ha conseguido llegar a una edad avanzada sin rendirse a las exigencias de la sociedad. y no sólo eso, ya que también ha conseguido que esa misma sociedad (representada, en este caso, por el Ayuntamiento de Barcelona) le mantenga. Creo que la sopa boba municipal no es precisamente una fortuna, pero llega puntualmente cada mes; además, no es Brossa un hombre de grandes gastos: en ropa, como atestiguan sus informes zapatos de jubilado y el mítico tabardo de pana que lleva puesto desde que los rusos invadieron Hungría, invierte menos que el difunto Kurt Cobain; es evidente que tampoco se arruina en gel de baño, desodorantes o lociones para después del afeitado; las últimas novedades cinematográficas, de entrada onerosa, se las pierde en beneficio de las económicas antiguallas de la Filmoteca; los libros, es un suponer, se los regalan, y si viaja a alguna parte, debe de ser con una excusa artística o literaria financiada por otros. Con lo que el sueldecillo que le pasa el alcalde a cambio de que la ciudad herede sus legajos le debe de resultar más que suficiente.

Joan Brossa es un ejemplo claro de que la lucha entre el hombre libre y la sociedad es un ejercicio de resistencia en el que vence le más obstinado. Vaya, pues, desde aquí mi aplauso para el poeta, a quien como a Pepe Isbert, me cuesta imaginar de joven ( cuando, según propia confesión , vendía libros a domicilio y se las apañaba para presentarse a la hora de comer, forzando así al cliente a que le pusiera un plato en la mesa). Nunca he visto una foto de Brossa a la edad que tengo yo ahora, y es una lástima porque, de tenerla, la engancharía en el espejo del lavabo y saludaría cada día al retratado como un hermano: en el fondo, no hay tanta diferencia entre escribir en un diario y venderle libros a un burgués lletraferit. Todo consiste en depender, como Blanche Dubois (Un tranvía llamado deseo), de la amabilidad de los extraños.

Sólo he hablado un par de ves con Brossa en toda mi vida, pero el encuentro siempre ha sido estimulante. La primera vez fue poco antes de los Juegos Olímpicos del 92, cuando este periódico (El País) publicaba una serie de entrevistas con personajes notables de la ciudad con relación a su visión personal del asunto olímpico. A Brossa, por supuesto, le parecía todo una collonada y una cortina de humo para ocultar los auténticos problemas de la ciudad, pero apenas hablamos de deporte.

La segunda vez fue durante una excursión a Reus que montó Manuel Guerrero para ver una exposición. El artista era amigo de Brossa, con lo que el poeta se subió al coche y nos amenizó el recorrido con sus comentarios anticlericales y sus batalléis cinematográficas. Puede que parezca una tontería, pero me pareció glorioso que alguien de su edad, en vez de llevar nietecitos al parque, se colara en un coche y se fuera a Reus a matar la mañana.

Yo también quiero llegar a los setenta y pico colándome en el coche de gente de la edad de los hijos que no tengo, pasando las tardes en la Filmoteca, riéndome de los curas y diciendo lo que me sale de las narices porque la sociedad se ha dado por vencida conmigo. Lo de ducharme de higos a brevas no lo veo tan claro; pero si es condición sine qua non para acceder al óbolo municipal, ya me pueden ir cortando el agua.

¡ Genial !

Gràcies, Estambularia, per recordar-nos aquest article